Está claro que la tecnología que lo está revolucionando todo tarde o temprano va a llegar a la política, y difícilmente podemos prepararnos para su impacto. Se trata de un cambio sin precedentes que hasta ahora hemos preferido ignorar, pero esto va a dejar de ser posible según las elecciones empiecen a cambiar. La votación presidencial en EEUU se vislumbra como un momento crucial en que la IA se convertirá en un factor decisivo.
Inteligencia artificial en elecciones reales
Hace unos años, la tecnología al servicio de los partidos políticos ha permitido resultados electorales impredecibles e insólitos. La empresa Cambridge Analytica abrió la veda de utilizar los datos personales y las redes sociales mediante algoritmos para influir en el voto. Destacan el Brexit o la victoria de Trump entre los acontecimientos políticos más relevantes que fueron influidos por esta tecnología. Cuando unos pocos votos pueden marcar la diferencia, los filtros burbuja, los mensajes individualizados o la propaganda subliminal es decisiva. Esto es lo que hemos visto ya en estos casos, pero con la incorporación de la IA, esta manipulación puede llegar más lejos que nunca. Y lo más preocupante es que sucede sin que muchas veces nos demos cuenta. Al fin y al cabo, la decisión a la hora de escoger una papeleta, exceptuando los votantes más concienciados, es tomada por una parte de la población en base a estímulos inconscientes. Pasando decenas de horas semanales en redes sociales, es muy sencillo regar lo que vemos con una sutil inclinación política que gradualmente se nos vuelve más natural.
En los casos que hemos visto en el pasado, las redes como Twitter y Facebook eran las protagonistas de esta lucha de algoritmos en la sombra, pero con nuevas plataformas como TikTok o Threads, es impredecible saber qué sucederá. Desde su proliferación, las redes sociales se han vuelto imprescindibles en las campañas políticas. Son una manera incomparable de hacer llegar los mensajes a toda la población y de poder medir la opinión pública sin tener que recurrir a una encuesta. Como es bien sabido en el ámbito político, el que controla el debate es el que controla el relato y por lo tanto de lo que se está hablando. Y ahora esta conversación tiene lugar online, y por lo tanto todos los partidos se esfuerzan por tener la máxima presencia allí. En España, con el multipartidismo que ha proliferado en la última década, esta lucha por controlar los temas es aún más encarnizada. Se pudo apreciar en las últimas elecciones cómo todos los partidos extendían su presencia online en nuevas redes como incluso TikTok. Y los memes también se han convertido en una herramienta política, por supuesto. Pero todavía tendremos que ver cuantos apuestan por la IA.
¿Es la IA democrática?
Quizás esta es la gran pregunta que debemos hacernos. Dependerá del uso que hagamos de estas herramientas, como siempre. Pero dar por hecho que solo se utilizarán para impulsar la participación y llevar las elecciones a nuevos lugares resulta inverosímil. Como temen muchos de los desarrolladores de esta tecnología y los legisladores de la UE, la IA tiene el potencial de asestar un duro golpe a la democracia. Puede darle alas a las dictaduras digitales para tener un control sin precedentes sobre sus ciudadanos, y crear nuevas formas de manipulación social. Con Trump hemos podido ver el peligro de la desinformación y de las personas desinformadas, con el asalto al Capitolio como un acontecimiento impensable producto de las redes sociales. Pero con la IA la desinformación puede adquirir una nueva dimensión, inundando todo de contenido que puede llegar a ser convincente, o incluso estar redactado a medida para cada usuario. Con el debate online cada vez más crispado en el fragor de las campañas electorales, la IA difícilmente va a contribuir a suavizar la situación.
¿Se imagina el lector recibir un video de un político diciendo toda clase de mensajes descabellados? Esto sucederá muy pronto con los deep fakes. Ya hemos visto de lo que son capaces estos videos con IA para fines humorísticos, pero cuando se utilicen de forma deliberada para desacreditar a los personajes públicos, sólo los expertos podrán distinguir si se trata de declaraciones reales o con IA. Pongamos por ejemplo que un vídeo se hace viral en el que aparece un diputado aceptando un soborno, y tanto su imagen como su voz son completamente fieles a la realidad. Su crisis de reputación podría ser insalvable antes de que se demuestre si las imágenes han sido manipuladas con IA. Y cuanto más sutil sea esta tergiversación, más probable es que pase inadvertida. Además, estas herramientas estarán al alcance de prácticamente cualquier persona, independientemente de su poder adquisitivo, conocimientos técnicos y valores democráticos.
La polarización política es una realidad, pero con la IA puede suceder más rápido. Pero los temores más distópicos se centran también en el impacto que tendrá la neurociencia y el metaverso en la división ideológica. No es un secreto que los servicios de inteligencia más poderosos y las enormes multinacionales llevan tiempo investigando maneras de poder influir a los humanos desde el subconsciente. Con la IA esto será posible de nuevas y mejoradas maneras, pero nuevamente, también permitirá que los conocimientos necesarios sean accesibles por todo el mundo. Si extrapolamos esto al desarrollo de armas o malware, será más sencillo que nunca. Ya se están desarrollando chatbots en la deep web que pueden responder a cualquier pregunta: ¿cómo puedo fabricar una bomba nuclear?; genera una lista de malware para atacar una empresa; escribe un correo para hacer phishing, o escribe una noticia falsa para que se desplome la bolsa… Las posibilidades son infinitas, y mientras no exista una mínima regulación, la IA será capaz de causar daño con la misma facilidad que puede hacer el bien. Nadie se imaginaba que podría cambiar el mundo con un prompt, o hacerlo arder.