No hemos terminado el mes de noviembre y ya hemos visto las campañas de Navidad de la mayoría de marcas, las calles ya tienen las luces encendidas y muchos han comprado los regalos navideños entre el Black Friday y el Cyber Monday. Pero, ¿verdaderamente cada año comienza antes la Navidad?¿o es una percepción psicológica? No te pierdas el final de este artículo para conocer el mejor remedio a esta sensación.
La Navidad lo cambia todo, cada año
En ocasiones, incluso sentimos que al terminar el verano la Navidad ya está a la vuelta de la esquina. No es raro hacia el final de agosto o principios de septiembre, cuando el calor y el sol todavía se sienten muy presentes, impactarse por ver los décimos de la lotería ya a la venta. Antes de que nos demos cuenta, ya ha pasado Halloween y tenemos los villancicos al caer. Hasta cierto punto, las marcas se benefician de adelantar lo antes posible las campañas de Navidad ya que así duran más. Los dulces en los supermercados son la primera señal de que la fiebre consumista navideña se avecina, y muchas veces hacen su aparición a principios de noviembre. No es un secreto que muchas empresas hacen su agosto en el mes de diciembre, vendiendo productos que el resto del año se encuentran fuera de lugar o simplemente son un capricho para una minoría. Al luchar por extender unas semanas más las tradicionales compras navideñas, estas empresas pueden aumentar sus ventas y su público potencial. Al fin y al cabo, las fechas más señaladas suelen ser sinónimo de un gasto mayor para casi todas las familias en España, desde turrones, jamón y gambas a juguetes, adornos y viajes. Pero lo curioso es que también hay una parte psicológica que determina nuestra percepción de la llegada temprana de la navidad.
Hacerse mayor y la Navidad
Pues resulta que según un estudio, existe una explicación psicológica para la sensación de que la Navidad cada año parece llegar antes. Lo cierto es que tiene mucho que ver con el envejecimiento. No puede ser casualidad que muchos tengamos esta sensación cada año en cuanto nos topamos con el encendido de las luces y las primeras campañas navideñas, desde luego mucho antes de que llegue la nieve (aunque ahora que lo pienso, también puede que tenga algo que ver el cambio climático). Según el estudio, un 77% de los 918 adultos encuestados tiene esta sensación cada año. Al parecer, cuando somos más jóvenes, esperamos con anhelo la llegada de la Navidad, por los regalos, las vacaciones y la excepcionalidad que presenta el espíritu navideño. Por ello tenemos la sensación de que la ansiada lotería de navidad no llega nunca (personalmente para mí marca siempre el verdadero comienzo de las celebraciones, el 22 de diciembre). Mediante los calendarios de adviento o la preparación de los adornos, de pequeños sentimos que el tiempo se ralentiza en estas fechas, y los Reyes Magos viajan desde aquel Oriente tan lejano a ritmo de camello.
Según dejamos cada vez más Nocheviejas atrás, todo el proceso navideño deja paulatinamente de ser tan especial. Y en la repetición de lo extraordinario cada año, es cuando nos sorprendemos por lo rápido que han llegado las navidades de nuevo. Ha pasado otro año más, sin darnos cuenta. No es un secreto que los niños sienten el tiempo pasar más despacio, y según nos hacemos mayores, todo parece que se acelera. Para ellos, los 12 meses entre cada Nochebuena han estado llenos de experiencias nuevas y aprendizajes. Gradualmente, estos mismos 12 meses se vuelven más similares, y por ello sentimos que pasan volando. La sobredosis tecnológica no parece ayudar tampoco, saturándonos con mensajes navideños y absurdas tradiciones. Pero esto no tiene que ser necesariamente así. Incluso con lo tediosos y rutinarios que parecen algunos de los preparativos navideños, hay espacio para el detenimiento y la reflexión. Curiosamente, podemos aprender de la actitud de los protagonistas de la magia navideña, los grandes y verdaderos amigos de lo auténtico: los niños.
Ellos tienen una visión llena de emoción y sorpresa, propia de ver algo por primera vez. Y debemos tratar de imitar este punto de vista para no perder la paciencia en el fragor de las celebraciones. En definitiva, todo se reduce a pararse para apreciar el paso del tiempo y anclar en la memoria los momentos importantes. Porque la Navidad puede ser una oportunidad para precisamente hacer esto. El clásico balance de lo bueno y malo, en realidad esconde la clave para hacer que la vida dure más: darle a pausa y valorar el presente. Como decía aquel personaje inolvidable de Kung Fu Panda, el presente precisamente recibe este nombre porque es un regalo. Y aunque nos cueste contagiarnos de la magia navideña por lo estereotípica y frívola que se ha vuelto, sigue habiendo razones para afrontar estas fechas con optimismo e ilusión. Si es en familia y con los seres queridos a nuestro lado siempre es mejor, pero el trabajo meditativo lo podemos hacer por nuestra cuenta. Quizás de esta forma puedas esbozar una sonrisa la próxima vez que tengas pensamientos intrusivos propios de Mr Scrooge o el Grinch.