Desde que se celebró Woodstock en 1969, hemos idealizado y romantizado el concepto de los festivales, que no paran de crecer. Pero las grandes aglomeraciones en ocasiones se convierten en una pesadilla que incluso se salda vidas. En España hemos tenido nuestras propias tragedias pero parece que esto no disminuye la fiebre por los eventos más multitudinarios del verano.
¿Qué es el Burning Man?
Se trata de uno de los festivales más famosos del mundo, que se celebra desde 1986 en San Francisco y desde los noventa en el desierto de Nevada. En su origen, representaba un movimiento hippy alternativo y comprometido con el medio ambiente, pero según ha ganado fama, se ha convertido en un retiro solo al alcance de los más adinerados. Influencers, celebridades y famosos empresarios de Silicon Valley se dan cita allí para escuchar música de todo tipo, meditar, disfrutar de diversas expresiones artísticas y asombrarse con el acto final del festival en el que se prende fuego a una estatua gigantesca. Además de tener algunas piezas de arte únicas en el desierto, el festival se diferencia del resto porque los participantes tienen un papel muy importante.
Al tener lugar en el desierto a decenas de kilómetros de la civilización, los asistentes deben llevar consigo todo lo que puedan necesitar durante los días que dura el evento. De esta forma, se construye entre toda la comunidad una ciudad temporal donde se intercambian bienes y se reduce al máximo los residuos. Además, existen una serie de normas o principios que todos los asistentes se comprometen a cumplir. Esto incluye adherirse a la inclusión radical, desmercantilización, autosuficiencia, autoexpresión libre, esfuerzo comunal, responsabilidad cívica y no dejar rastro. En la práctica, la gente se desvive por ir al festival y empaparse de su estética Mad Max, poder recorrer las instalaciones con disfraces y bicicletas postmodernos, consumir drogas y compartir toda la aventura en redes. Y si te encuentras a algún famoso también es un plus. Al fin y al cabo, no deja de ser gente adinerada que juega durante un fin de semana al comunismo y a vivir en una comuna.
Pero este año la escapada pijipi al desierto de Nevada ha terminado en tragedia cuando las lluvias han convertido el emplazamiento en un barrizal. Más de 70.000 personas se han visto atrapadas por las arenas movedizas, sin poder utilizar sus vehículos para escapar y subsistiendo con la infraestructura precaria que llevaban consigo. Al menos un hombre ha perdido la vida mientras solo aquellos que se han atrevido a cruzar unos 10 kilómetros a través del lodo han podido salir. Las autoridades han recomendado racionar los recursos que tengan los participantes y esperar a que el lodo se solidifique pronto. Algunos de los festivaleros perdieron su sentido de comunidad cuando la situación se torció y abandonaron el lugar a través de una dura caminata de varias horas. El humorista Chris Rock y el músico Diplo son algunos de los que se aventuraron por la ciénaga a encontrar la única carretera transitable. La solidaridad se convirtió rápidamente en miedo a la anarquía, y los más preocupados abandonaron el retiro consternados de no llegar el lunes al trabajo.
Los festivales sobreviven (a casi cualquier cosa)
El caso del Burning Man pone de manifiesto los peligros que se corren cuando se organizan eventos multitudinarios de estas dimensiones. Los imprevistos climáticos son un riesgo que difícilmente se puede prever, pero que puede dar lugar a situaciones verdaderamente terribles. El año pasado durante el Medusa en Cullera (Valencia) un reventón térmico causó un desprendimiento del escenario y también hubo una persona que perdió la vida. Sorprendentemente, el peligro que se corre en los macrofestivales difícilmente repercute en su asistencia. Es muy probable que el Burning Man vuelva a convocar a decenas de miles de personas el próximo año y que siga siendo un acontecimiento anhelado en internet. Por no hablar de que ya se han agotado las entradas para el Fyre Festival 2, tras la gran estafa por parte de Billy Mc Farland en la primera edición. En ese caso, los adinerados asistentes se quedaron tirados en una isla en las Bahamas donde finalmente no se había preparado a tiempo la infraestructura para un festival. Por un lado, la magia de la música en vivo y la hazaña que supone sobrevivir a estos eventos hace que se vuelvan una epopeya muy atractiva. Y la adrenalina no deja de ser una parte esencial de cualquier entretenimiento.